Crónica de ” FINAL FOUR TEL-AVIV 94

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JOVENTUT 59 – OLYMPIAKOS 57

JOVENTUT
R. Jofresa (4) *
Villacampa (16) **
Smith (6) *
Thompson (9) **
Ferrán (17) ****
T. Jofresa (5) *
Morales (2) *
OLYMPIAKOS
Bakatsias (2)*
Sigalas (14) *
Paspalj (15) *
Tarpley (12) *
Fassoulas (2) –
Tomic (10) *
Tarlac (2) –
Arbitro: Virovnik y Cazzaro *
Incidencias: Pabellón La Mano de Elías. Lleno.

ENVIADO ESPECIAL
TEL AVIV.- Jesucristo, Yahvé y Mahoma así lo han querido. Todos los dioses de Israel decidieron acabar con un maleficio que había desparramado el prestigio del baloncesto español por los suelos. Han tenido que pasar 14 años y 24 días para que una escuela de baloncesto, un proyecto cargado de razones para apoyarle, consiguiese auparse al podium que acredita al mejor equipo de Europa.
El Olympiakos pagó el precio de la soberbia. Quiso celebrar con prepotencia el día más importante de su vida, y se metió en un baño de lodo que dejó sin voz ni voto a sus 4.000 fanáticos. Los últimos siete minutos del Olympiakos fueron un canto al miedo escénico, a la falta de carácter. A la nula capacidad para poder llevar la vida la vitola que acredita a un equipo campeón. Un equipo que sólo mete un tiro libre en 420 segundos sólo merece la guillotina. El pecado capital (miedo a ganar) fue tan evidente que todos los griegos (jugadores y «hooligans») abandonaron cabizbajos el feudo israelí.
PUÑO EN ALTO.- Puño en alto, un serbio amante del trabajo y la disciplina obró el milagro. Camufló con destreza los defectos históricos que el Joventut ha exhibido sin pudor a lo largo de su historia. Este serbio cabezota y listo como los ratones colorados ha conseguido hacer fuerte a la «Penya», precisamente en el terreno en el que peor se desenvolvía: la defensa. Obradovic es un hombre de palabra. Supo reconocer el daño que le hizo a su actual equipo hace dos años en Estambul y le ha devuelto el botín que durante décadas buscaron los románticos amantes del baloncesto de cantera badaloneses. Obradovic y el Joventut han llenado de aire puro un deporte que en este país estaba herido de muerte desde el «angolazo». Pero quien trabaja con paciencia y conocimiento termina por mirar orgulloso al cielo.
Todo se fraguó en los dos minutos más tensos, cargados de emociones fuertes y de iniciativas para la historia que se recuerden desde aquel fatídico triple de Djordjevic. El Joventut estaba aletargado. Acobarbado. En la línea ya mostrada esta misma temporada ante el Benfica o el NatWest. Su juego era tan espeso y pastoso como las aguas del Mar Muerto y en ataque sus hombres escondían sus muñecas ante la marcial defensa, al límite del reglamento, desplegada por el Olympiakos. Nadie quería tirar. Ni siquiera Tomás Jofresa -un amante de la naturaleza y los niños desamparados- pudo esta vez contagiar con su genio incomparable a un equipo castrado mentalmente por la prolongada sombra de su triste pasado.
Pero en esos últimos 120 segundos la vida cambió radicalmente para este equipo de vedettes. Jordi Villacampa, cansado de asumir el papel de hombre zafio por su facilidad para esconder la cara cuando más le necesita su equipo, se levantó desde siete metros. ¡El Joventut llevaba sólo 14 puntos en los 18 minutos disputados en el segundo período! Nadie tenía fe en el alero de Reus. Pues sí. La pelota entró limpia en el aro griego (56-57) y a Paspalj se le blanqueó la cara en un signo inequívoco de temor a la derrota.
Había llegado la hora de Badalona. En el ataque posterior, Panagiotis Fassoulas echó tierra sobre su sueño dorado de ser ministro en Grecia tras su retirada. Hizo un torpe reverso y el aro escupió la <>. Lo de Fassoulas es de suicidio. Lleva tres años seguidos perdiendo finales. Ha abandonado escaldado las canchas de Nantes-92, Atenas-93 y Tel Aviv-94. Da igual que se cambie la camiseta. De hecho, la final de la Recopa que ganó con el PAOK en 1991 fue producto de una conspiración de 6.000 salvajes que convirtieron una pacifica cancha de Ginebra en un «Waterloo» en el que claudicó el CAI Zaragoza.
A continuación, asistimos a uno de los ataques más largos de la historia de este deporte. Con 1.40 por delante, el Joventut apura la posesión y Sigalas logra enviar la pelota fuera de banda a dos segundos para la bocina. Ferrán Martínez (el mejor de largo del partido) se juega un triple bárbaro desde 9 metros. Agua. Pero ahí reaparece el hombre que tenía más sed de gloria. Villacampa chuleó el rebote a Tarpley, Fassoulas y Paspalj. Casi nada. Vuelta a empezar. Rafa Jofresa pide calma. Hay tiempo para pensar. A 40 segundos, Ferrán amaga un triple, tira cómodo desde cinco metros y vuelve a fallar. Pero otra vez aparece el omnipresente Villacampa.
A los aficionados griegos se les congela la sangre. Se temen la tragedia. El Joventut apura la posesión por orden de Zeljko Obradovic y, al límite, con 17 segundos para el final, Cornelius Thompson se levanta solo desde la línea de 6,25 y clava un triple para la Historia. Tanto, como el que Djordjevic materializó en Estambul. «La Mano de Thompson» decidió en «La Mano de Elías».
Pero nada estaba decidido. El Olympiakos lanza un ataque desaforado. Zarko Paspalj, que se quedó a cero en la segunda parte gracias a un majestuoso marcaje de Michael Smith, fuerza una personal a 5 segundos del final. La tradición le fue esquiva también al Olympiakos en el factor humano. A pesar de ser montenegrino (<>), Paspalj tiembra y falla el uno más uno. Rafa Jofresa coge el rechace y lo envía a campo contrario. El reloj se duerme. Marca 4.8 segundos y no avanza, mientras que el Olympiakos goza de la bula de la mesa para fallar hasta tres tiros a la desesperada. Los griegos lloran en las gradas y el banquillo de la «Penya» explota.
ASIGNATURA OBLIGADA.- Aun así, se convierte en una asignatura obligada aclarar que el Olympiakos perdió solito esta final de la Liga Europea. Los hombres de Ioannidis siempre llevaron la iniciativa del partido, sobre todo en un primer tiempo en el que Paspalj y Tarpley respondieron a las expectativas creadas en torno a ellos. Paspalj: 15 puntos, 4 rebotes; Tarley: 10 puntos, 6 rebotes. El Joventut se diluía en el terror anunciado de Jordi Villacampa a Georgios Sigalas, uno de los mejores defensores de Europa. El escolta griego desquició al alero catalán, hasta el punto de impedirle anotar una sola canasta hasta el minuto 17. Los verdinegros vivieron del acierto de Ferrán Martínez, que en la primera mitad llegó a sentar a Fassoulas con sus aciertos cerca y lejos del aro (14 puntos).
En un partido plagado de saltos incoherentes y enloquecido por la defensa individual presionante dispuesta por ambos técnicos, el Olympiakos se retiró a las duchas imponiendo sus galones pero destilando una sensación de inseguridad que terminó por costarle el título. La igualada a 39 puntos refleja la torpeza de un equipo que no supo machacar a su rival cuando más tocado estaba.
En la continuación, Michael Smith decidió homenajear a su padre (un sargento de Policía neoyorquino llamado Glober), haciendo un seguimiento sobre Paspalj que no hubiese mejorado Dennis Rodman.
Paspalj desapareció, Tarpley le acompañó en la espantada y el partido se embarró hasta el extremo de que los puntos caían cada dos o tres minutos de silencio. Nadie quería asumir responsabilidades, y Obradovic se la jugó sentando a un acelerado Tomás Jofresa para dar entrada a su hermano Rafa. El desenlace se veía venir. Villacampa resucitó en Tierra Santa y la Liga Europea retornó al Imperio ACB. ¡Shalom, Badalona!.
APOYO. El arte de la paradoja
El partido, presidido por un juego pésimo, sobre todo al final.
Ferrán soportó sobre sus hombros el peso de la final y fue el más destacado en un triunfante y asustado Joventut
CARLOS TORO
Bien está lo que bien acaba. Felicidades, pues, al Joventut, pero éste estuvo a punto de seguir haciendo de la Historia un animal disecado. Jugó con la misma falta de espíritu, el mismo terror intravenoso, la misma parálisis cerebral que era de temer, dados sus antecedentes y los de sus colegas en semejantes y reiterativos lances.
Si no ganaba ayer es que ya no ganaría en todas las finales posibles hasta el fin de los siglos. Tuvo en el Olympiakos un rival tan débil de carácter y agarrotado como él. Ambos entregaron su suerte a la casualidad más ciega y temblorosa.
¿Dónde estaba el terrorífico juego interior de los griegos? ¿Dónde el certero juego exterior de los españoles? ¿En qué profunda cueva se escondió el espíritu ganador de esos ex yugoslavos cuya cabeza jamás se ofusca y cuyas manos jamás tiemblan? ¿En qué exilio interior se extravió, incluso, «Tomislav Jofresavic», más desordenado que desestabilizador?
Otra de esas finales europeas atenazadas por el miedo y viciadas por los errores y los complejos. Final ofensiva (de ofensa, no de ataque) para el baloncesto, con muchos minutos, especialmente los últimos, sonrojantes para un juego nacido para la precisión y la elegancia.
Es curioso y preocupante cómo acontecimientos destinados a ser una fiesta del basket se transforman habitualmente en caricaturas sin épica ni lírica, o con un único y último detalle de grandeza que vale un título cuando sólo debería valer un mínimo pedazo de su metal celestial.
El Joventut tiene perfecto derecho a lanzar las campanas al vuelo y a emborracharse de cava y júbilo, pero no a engañarse respecto a su naturaleza cristaloide, típica de todos los puntos cardinales de estos pagos. No merece con esta victoria romper su leyenda de santo perdedor o de pecador impecable. Hoy es campeón de Europa porque jugó frente a un espejo y una de las dos lunas tenía que convertirse forzosamente en la cara oculta del artefacto. La otra -la del Joventut en este caso- se veía llamada, por puritito contraste casual, a brillar.
No es exagerado hablar de milagro metamórfico, de virtuosismo transformista en el caso de un equipo que ha convertido una de las peores temporadas de su historia en la mejor. Tropezón tras tropezón, el Joventut es campeón de Europa. Batacazo tras batacazo, el Joventut ha vengado al baloncesto nacional y se ha elevado hasta la cumbre de su historia. No cabe mayor ni más gozosa burla de la realidad de todo el año.
¿Cómo ha llegado «La Penya» hasta aquí? Pues escribiendo derecho con renglones torcidos, buscando la distancia más larga entre dos puntos, dando un paso atrás y dos adelante en un ejemplo pasmoso de dominio del arte del rodeo físico y la paradoja mental.

T. R., ENVIADO ESPECIAL
TEL AVIV.- Tomás Jofresa se lanzó como un loco desde el banquillo para abrazarse a su hermano. Obradovic aparcó por unos minutos su habitual pragmatismo y se lanzó a la caza y captura de sus muchachos hasta conseguir amarrarse a las anchas espaldas de todos ellos.
Todos ellos parecen enajenados mentalmente, y sus gritos y saltos se pierden en una nube de fotógrafos, cámaras de televisión y el griterío incesante de 180 seguidores catalanes y 1.500 fans del Panathinaikos, que celebran como propia la hecatombe vivida por su eterno rival.
Pasados unos minutos, tras recoger Villacampa el trofeo de campeones de la mano del eterno Boris Stankovic, los jugadores se esconden en la intimidad del vestuario para descorchar buen cava catalán y ratificar ante las cámaras su noche más bella.
Obradovic manifestaba:
Pensándolo bien, a lo mejor la cosa ha seguido siendo un asunto de yugoslavos. «The yugoslavian connection». Tal vez si Obradovic no hubiera estado al frente de los verdinegros éstos se encontrarían ahora rumiando de nuevo su fracaso. Pensándolo mejor, quizá el juego exterior del Joventut decidió, a la postre, todo. ¿No fueron dos triples consecutivos, uno del aterrado Villacampa y otro de Thompson, quienes inclinaron la balanza? Quedémonos, sin embargo, con Ferrán Martínez. Un jugador que se transforma cuanto más trascendente es el partido, y ayer destruyó cualquier estrategia prevista con su lanzamiento desde cualquier posición del campo. Marca diferencias tanto en España como en Europa. La victoria, como la liebre, salta donde menos se espera.